En ocasiones, casi siempre somos distraídos, volátiles, dispersos, ilusionados con lo fantástico del estar, con lo hermoso de la compañía, vagando por diversos destinos sin importar el propio, porque aún no decidimos que exista. Más de alguna vez apasionados, no volteamos atrás, insistimos eso nunca sirve y tercos funcionamos a la par, continuos, incansables, estrellándonos contra bloques de corrupción y castigo, pero existe un momento, que discernido, es entendido como el rudimento de lo nuevo.
En un espacio, sin tiempo ni distinción de forma alguna, vacio y ansioso, se fortifican los pensares, se modifica la ruta y se observa más el paisaje, que como siempre fortalece los sentidos advirtiendo que cualquier desvío se acompaña de nuevos horizontes y vagas promesas sin cumplir.
Tomar, beber cada gota acelera el ritmo, termina con la respiración que de vez en cuando se necesita para volver a sentir, pero que poco sirve si no existe lo cierto, entonces cuando se emprende un sueño y el pie avanza sin otro impulso que el movimiento de lo concluido, no importa lo que suceda, no importa si duele o cuan alta sea la pendiente, responder a ella, existir en función de la misma y acompañarla de impresiones, de momentos y afectos, continuarla y construirla, complementarla y compartirla, porque de otros será un pasajero destino, nos fortifica y acelera el tan ansiado, mágico, impresionante equilibrio.
En soledad, siempre es más sencillo contemplar la belleza, estando solos o aislando el objetivo, pero cuando la compañía irrumpe en el cuadro o tal vez cuando notificamos por íntimo, de ser única, lo efímero no radica en lo observado, entonces, entonces… De estrellas lo lejano, lo asombroso, de sonidos, lo estimulante, del ritmo lo impreciso, de sabores lo variable y de gustos decisiones que concretan lo vivido, fugaz nunca.
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