domingo, 22 de junio de 2014

Lucidez


En momentos así suelo desvariar, pensar detenidamente en las posibilidades infinitas una por una, en el detalle de cada oportunidad, de cada error, dispersándome entre las cenizas que lentamente son trasladadas por el viento, a un lugar mejor, a un lugar distante, tan lejano que podría nunca más volverlas a ver.

El amor, comenzó, ilusionó, pero nunca fue respetado y desde entonces la vida se encargó de hacer de esta una oportunidad para aprender, para intentar y conocer, pero destinada a surtir el único efecto posible, lo que la palabra dijo y predijo, induciendo la realidad a ser narrada tan sinceramente.

Tal vez fue más de lo que debió haber sido, cada excedente determinó que las características más importantes de cada uno salieran a flote, aquellas por las cuales la justicia se anclaría y el individuo sin consideración retomara un juicio que siendo subjetivo siempre lograría la misma sentencia, inapropiada para quién logra deducir, observar, interesarse por alguien más.

Para entonces la vida no dejaba de moverse y el tiempo transcurría sin parar, los proyectos, los intereses, las inseguridades, los orgullos, los amores, todo en el mismo lugar, todo gris, todo igual, lamentando no haber sido consensuado.

Sin admirarlo tanto, sin notar la ausencia y la espera podríamos hablar de algo, de una historia, de muchas experiencias, de la nostalgia que abraza el recuerdo de una mente inocente, amable, cariñosa, que dio amor, que creyó en la verdad, pero que a momentos fue irresponsable y se permitió dañar.

Hoy frente al espejo te miras, te tocas y sientes esa piel que permitirá adentrarse en lugares que para otros jamás estarán disponibles, hurtar, huir, volverte indigno de llevar mi nombre a cuestas, funcional.

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