
Complacido, extrañado y sin sentido más que obrar de vez en cuando, drogarme de éxtasis y placer, llenar lo adyacente, perplejo, turbio, suprime dos o tres de mis sentidos y unas nueve conciencias de las cuales pretendo desligarme, pero ¿qué digo? Si eso no puedo querer deber hacerlo. Mirar, reír, desear vivir, autorizarle demencia y confiar en la paciencia de quien vino por recomendación de los infractores que subordinados controlaron lo necesario.
Y fue suficiente, desbordante, más que asfixiante, casi insoportable, pero cada segundo lo necesito, como el sonido, entiendo los ritmos perversos, consecuentes con su entorno sintonizan lo que deben, destruyen los axiomas de lo estructurado y desordenan en lo perfecto solo aquello que no se deja a un lado, pero dónde aparezco, en qué momento me desvanezco, de qué sirve que me encuentre, si de serlo estoy frente a frente y mantengo lo presente sin siquiera moverme.
Comodidad y suplicio en derrames incontinuos pero que el tiempo ha visto ciclos y ciclos de aquello, donde las perturbaciones condicen mis emociones que atorrantes pretenden no ser más de lo que siempre han sido. Rompamos entonces a quien de tolerante se presente porque murmullos en silencio no concibo sin un protestante inconsciente, sin confesiones formalmente sobresalientes y anotaciones equivalentes a lo que deseo.
Contracciones de risa y estallidos de deseo, no importa quién o cuál sino cuanto ha de esperar por otro intento.
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